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25 octubre 2015

El respeto por lo bien hecho.

Estimados lectores.

Después de una prolongada ausencia por estos lares, por razones que más tienen que ver con lo mortal que con lo divino; me complace mucho volver a hacerlo con este artículo, que en resumen, pretende no sólo corresponder a la amistad de una buena amiga, sino que además, resulta oportuno para el arte de hoy en día, donde parecen olvidados aquellos recursos técnicos en la excelencia del tradicional oficio y en este sentido, tanto el trabajo pictórico de nuestra protagonista, como este modesto articulo, pretenden rendir un merecido homenaje al respeto por lo bien hecho.

Es realmente muy gratificante comprobar cuando un consejo, basado en la experiencia que nos aportan los años en la profesión, adquiere forma de verdad y además viene acompañado de los resultados esperados. El caso que nos ocupa es un buen ejemplo de ello.

Siempre les he dicho a mis alumnos, que nunca he sido partidario de otorgarle exclusivo valor a los “dones”, “talentos naturales” o “cosa” que nace con uno, como máximo responsable de los buenos resultados en el trabajo; mis más de 20 años de experiencia en la docencia, me han demostrado de una manera irrefutable, que es el trabajo intelectual y práctico, la dedicación disciplinada, y la exigencia de un rigor razonado, los dignos ingredientes de un virtuoso resultado, que nos hacen superarnos día a día, regalándonos en algunas ocasiones, ese dulce y reconfortante placer que nos proporciona lo bien hecho. Claro que todo estos aspectos no nos garantizarían necesariamente el éxito revestido de fama o popularidad, pues bien sabemos también, que muchas veces esta “notoriedad” se fabrica sobre falsos artificios más relacionados con la conocida especulación del mercado del arte, el espectáculo de entretenimiento o el vulgar egocentrismo de aquellos autollamados “artistas” que muy bien saben venderse al público, como hambrientas meretrices y donde casi siempre resultan ser los más incapaces y mediocres, tanto en la técnica, como en los discursos que nos muestran en sus obras. Pero eso es otro tema que en varias ocasiones he planteado y que sin lugar a duda consta de ilustrativos ejemplos, algunos de ellos muy conocidos por todos.

Afortunadamente el caso de María Antonia Viñals es muy diferente y es sin duda todo un ejemplo de exigencia, dedicación y constancia en el noble oficio del pintor; alguien que ha ilustrado como pocos, que la genialidad en el buen hacer, es fruto de la dedicación y el trabajo, como bien señalaba Leonardo Da Vinci al referirse al nacimiento de un genio.

Conozco a María Antonia desde hace muchos años y me congratulo no sólo con su amistad, sino por haber sido además su primer profesor de dibujo y color, antes incluso de quien es sin duda su más admirada profesora, la pintora Raquel Alonso Lara, por quien siente un gran respeto y admiración y a las que las une una linda amistad. Años donde he podido comprobar como la depuración técnica en sus trabajos se ha ido perfeccionando, siempre a partir de una exigencia constante y una dedicación plena, donde en ocasiones (porque no decirlo) también ha existido amargos momentos de frustración y/o desencanto, que han sido superados entre lagrimas y sollozos, como esos que a veces ocurren en el escenario del verdadero amor. Porque sólo desde el amor por la pintura, se puede comprender la dedicación y el sacrificio por conocer su técnica y todo lo que ello representa. Y es que  no podemos olvidar que el virtuosismo técnico en la búsqueda de lo bien hecho, es algo que otorga excelencia y valor a la obra, independientemente de sus aspectos conceptuales, que de existir, ya la congratula plenamente.

En el caso que nos ocupa, es aun muy pronto para hablar de un resultado artístico,  es más, no creo que sea el momento para otorgarle ningún valor a este aspecto de su obra, ya que estamos en presencia de trabajos donde el único objetivo ha sido la realización meritoria de un complejo oficio, que a veces resulta olvidado o infravalorado por algunos, casi siempre por incapaces y mediocres bufones del arte, que sólo sirven para entretenernos en la brevedad de los concurridos instantes de farándulas, que solemos olvidar después de la primera copa de vino que se suele ofrecer el día de las inauguraciones.

Que no se pretenda encontrar en estos trabajos de María Antonia Viñals a una artista que hace valer la complejidad de los discursos, sino a esa perseverante mujer que ha decidido incursionar en ese maravilloso mundo de las técnicas pictóricas y que sin duda llega a alcanzar unos resultados de notable calidad y belleza. Por ello, es justo otorgarle meritorias alabanzas no solo al resultado, sino a la constancia y dedicación de una pintora que ha apostado por la exaltación de la belleza que siempre encierra lo bien hecho.

Enhorabuena por esta exposición y que siga por mucho tiempo, regalándonos esos hermosos resultados en sus trabajos. Será la mejor manera de hacer valer por siempre el respeto por lo bien hecho.

Hasta la próxima entrega, que espero sea pronto.



Amaury Suarez

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