Estimados
lectores.
Después
de una prolongada ausencia por estos lares, por razones que más tienen que ver
con lo mortal que con lo divino; me complace mucho volver a hacerlo con este
artículo, que en resumen, pretende no sólo
corresponder a la amistad de una buena amiga, sino que además, resulta oportuno
para el arte de hoy en día, donde parecen olvidados aquellos recursos técnicos
en la excelencia del tradicional oficio y en este sentido, tanto el trabajo
pictórico de nuestra protagonista, como este modesto articulo, pretenden rendir
un merecido homenaje al respeto por lo bien hecho.
Es
realmente muy gratificante comprobar cuando un consejo, basado en la
experiencia que nos aportan los años en la profesión, adquiere forma de verdad
y además viene acompañado de los resultados esperados. El caso que nos ocupa es
un buen ejemplo de ello.
Siempre
les he dicho a mis alumnos, que nunca he sido partidario de otorgarle exclusivo
valor a los “dones”, “talentos naturales” o “cosa” que nace con uno, como
máximo responsable de los buenos resultados en el trabajo; mis más de 20 años
de experiencia en la docencia, me han demostrado de una manera irrefutable, que
es el trabajo intelectual y práctico, la dedicación disciplinada, y la exigencia
de un rigor razonado, los dignos ingredientes de un virtuoso resultado, que nos
hacen superarnos día a día, regalándonos en algunas ocasiones, ese dulce y
reconfortante placer que nos proporciona lo bien hecho. Claro que todo estos
aspectos no nos garantizarían necesariamente el éxito revestido de fama o
popularidad, pues bien sabemos también, que muchas veces esta “notoriedad” se
fabrica sobre falsos artificios más relacionados con la conocida especulación
del mercado del arte, el espectáculo de entretenimiento o el vulgar egocentrismo
de aquellos autollamados “artistas” que
muy bien saben venderse al público, como hambrientas meretrices y donde casi
siempre resultan ser los más incapaces y mediocres, tanto en la técnica, como
en los discursos que nos muestran en sus obras. Pero eso es otro tema que en
varias ocasiones he planteado y que sin lugar a duda consta de ilustrativos
ejemplos, algunos de ellos muy conocidos por todos.
Afortunadamente
el caso de María Antonia Viñals es muy diferente y es sin duda todo un ejemplo
de exigencia, dedicación y constancia en el noble oficio del pintor; alguien
que ha ilustrado como pocos, que la genialidad en el buen hacer, es fruto de la
dedicación y el trabajo, como bien señalaba Leonardo Da Vinci al referirse al
nacimiento de un genio.
Conozco
a María Antonia desde hace muchos años y me congratulo no sólo con su amistad,
sino por haber sido además su primer profesor de dibujo y color, antes incluso
de quien es sin duda su más admirada profesora, la pintora Raquel Alonso Lara,
por quien siente un gran respeto y admiración y a las que las une una linda
amistad. Años donde he podido comprobar como la depuración técnica en sus
trabajos se ha ido perfeccionando, siempre a partir de una exigencia constante
y una dedicación plena, donde en ocasiones (porque no decirlo) también ha
existido amargos momentos de frustración y/o desencanto, que han sido superados
entre lagrimas y sollozos, como esos que a veces ocurren en el escenario del
verdadero amor. Porque sólo desde el amor por la pintura, se puede comprender la
dedicación y el sacrificio por conocer su técnica y todo lo que ello
representa. Y es que no podemos olvidar
que el virtuosismo técnico en la búsqueda de lo bien hecho, es algo que otorga
excelencia y valor a la obra, independientemente de sus aspectos conceptuales,
que de existir, ya la congratula plenamente.
En
el caso que nos ocupa, es aun muy pronto para hablar de un resultado
artístico, es más, no creo que sea el
momento para otorgarle ningún valor a este aspecto de su obra, ya que estamos
en presencia de trabajos donde el único objetivo ha sido la realización
meritoria de un complejo oficio, que a veces resulta olvidado o infravalorado
por algunos, casi siempre por incapaces y mediocres bufones del arte, que sólo
sirven para entretenernos en la brevedad de los concurridos instantes de
farándulas, que solemos olvidar después de la primera copa de vino que se suele
ofrecer el día de las inauguraciones.
Que
no se pretenda encontrar en estos trabajos de María Antonia Viñals a una
artista que hace valer la complejidad de los discursos, sino a esa perseverante
mujer que ha decidido incursionar en ese maravilloso mundo de las técnicas
pictóricas y que sin duda llega a alcanzar unos resultados de notable calidad y
belleza. Por ello, es justo otorgarle meritorias alabanzas no solo al
resultado, sino a la constancia y dedicación de una pintora que ha apostado por
la exaltación de la belleza que siempre encierra lo bien hecho.
Enhorabuena
por esta exposición y que siga por mucho tiempo, regalándonos esos hermosos
resultados en sus trabajos. Será la mejor manera de hacer valer por siempre el
respeto por lo bien hecho.
Hasta
la próxima entrega, que espero sea pronto.
Amaury
Suarez
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